El encuentro entre un cincuentón y una adolescente en la Hungría de 1948 adquiere la potencia necesaria para transformarse en un relato universal.
Pequeña sorpresa del streaming, de esas películas que aparecen muy por debajo del radar de las “recomendaciones” y los listados de las más vistas, el segundo largometraje del húngaro Barnabás Tóth es un retrato sensible de dos seres humanos agobiados por el pasado, en un contexto social y político por demás complejo y asfixiante. El año es 1948 y en Hungría la experiencia de la guerra y los campos de concentración se siente en el espíritu, la carne y la piel. Un plano fugaz muestra el tatuaje numérico en el brazo de Aladár (perfectamente taciturno Károly Hajduk), un ginecólogo cuarentón cuya solitaria vida personal señala hacia una enorme pérdida. La adolescente Klára (Abigél Szõke, de ojazos tan claros como melancólicos), huérfana de padre y madre, llega un día a la consulta empujada por su tutora legal, preocupada por la demorada aparición de la menarquia. Esa simple visita médica se transforma rápidamente en un choque de planetas, el comienzo de un vínculo padre-hija putativo que, desde el exterior, no puede sino ser confundido con otra cosa. Y, tal vez, también desde adentro.
DIEGO BRODERSEN
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