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“¡Qué se ponga!”: la increíble historia de Gila, el genial humorista !!!


Miguel Gila, el gran cómico español, murió hace veinte años. Sin embargo, lo fusilaron en 1938 durante la Guerra Civil Española. Una cuadrilla de soldados franquistas borrachos hizo formar a él y a otros trece en un descampado. Les hizo sacarse los abrigos y las botas, y le quitaron todos los objetos de valor. Luego los dejaron esperando un rato mientras fueron a saquear una casa vecina. La dueña de casa los recibió al grito de ¡Viva Franco!, pero no le sirvió de nadie. Le sacaron todo y la violaron.

Después volvieron a los catroce que habían detenido. Alguien dio la orden de fuego y los cuerpos fueron cayendo, y amontonándose unos sobre otros. Nadie creyó que el tiro de gracia fuera necesario. Los soldados siguieron su camino. Gila esperó varios minutos hasta moverse. Al principio no sabía si ese estado en el que se encontraba -la incertidumbre, el silencio, la oscuridad, la ausencia del dolor- era la muerte. Tardó en reconocer que no habían impactado balas en su cuerpo. La sangre que caía sobre su cara era la de sus compañeros.

Se levantó y luego de caminar varias horas, encontró refugio en una casa amiga. “Me fusilaron mal”, escribió en sus memorias. Tal vez de esa experiencia extrajo uno de sus chistes.

Un soldado ante el pelotón de fusilamiento es interpelado por el oficial encargado de la ejecución: “¿Ahora qué pasa?”. “Nada –responde el futuro fusilado–. Es que estoy pensando una frase final y no sé si decir ¡Ay, mi madre! o ¡Mira qué leche!

Sigue el artículo de INFOBAE


Miguel Gila nació en Madrid en 1919. Fue uno de los grandes humoristas de su tiempo. Triunfó en España y en América Latina. De origen humilde, fue autodidacta. Combatió en la guerra, estuvo detenido, trabajó como obrero y en decenas de trabajos manuales más, hasta que tuvo la chance como humorista gráfico primero y como actor cómico después.

¡Qué se ponga! pedía, ordenaba Gila con el tubo del teléfono pegado a su oreja. Así empezaba su rutina. Sólo escuchábamos una de las voces en la conversación, la suya. Lo demás estaba fuera de campo. Lo intuíamos, lo sabíamos por sus réplicas. Inteligentes, graciosas y hasta tiernas, pero nunca condescendientes.

Una de las mayores habilidades de Gila era un sentido casi sobrenatural del ritmo. Su timing, como el de los grandes humoristas, era glorioso. Perfecto e imprevisto al mismo tiempo.

Sigue...





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